Desde el momento en que se asumió a Joe Biden como el candidato demócrata, mucha especulación ha existido sobre quién podría ser la candidata vicepresidencial (en marzo, Biden confirmó que escogería una mujer). Medios como Politico y The Washington Post han contrastado los puntos a favor y en contra de potenciales compañeras de fórmula, mientras que algunas encuestas han examinado la percepción pública hacia ellas.
La vicepresidencia es una institución relativamente poco estudiado en la ciencia política y con alguna razón: no todos los regímenes presidenciales incorporan esta figura (Chile y México, por ejemplo) y, donde existe, sería irreal interpretar la vicepresidencia como el segundo cargo más relevante. En realidad no. Las presidencias de cámaras legislativas, las jefaturas de bancadas parlamentarias e inclusive ciertos portafolios ministeriales (finanzas, relaciones exteriores) usualmente tiene mayor influencia que la vicepresidencia.
Sin embargo, en ocasiones, los vicepresidentes adquieren una relevancia sobresaliente en el gobierno. Claro que un vicepresidente alcanza la cúspide del poder ante la renuncia, muerte o juicio político del presidente. A veces, la ambición conspirativa sobrepasa la resignación de esperar en la línea sucesoria (según algunos, Michel Temer con Dilma Rousseff en Brasil). Pero, ordinariamente, las labores vicepresidenciales son las que le asigne el o la presidente y la constitución, de ahí que sus poderes y atribuciones sean variables de una presidencia a otra, oscilando entre la nulidad de un Luis Fishman y la influencia de un Dick Cheney (aunque la película Vice, como muchas representaciones populares, exagera el papel real del controversial vicepresidente).
Cuando candidatos presidenciales escogen a sus compañeros o compañeras de boleta/papeleta (hay vicepresidentes que se eligen de forma separada, por ejemplo, en Filipinas), ¿cómo lo hacen? La literatura especializada, muy centrada en Estados Unidos, pero con algunas incursiones en América Latina, señala dos criterios de selección: el electoral y el gobernativo.
El electoral busca maximizar el atractivo de la fórmula mediante el balance estratégico: la selección de vicepresidentes con características distintas a las del presidente para apelar el voto de distintos grupos sociales, ideológicos y geográficos. Así, John Kennedy, joven, católico y liberal del norte, escogió a Lyndon Johnson, texano, de religión protestante y con amplia experiencia legislativa. Sin embargo, este criterio del balance se basa en el supuesto de que la candidatura vicepresidencial influye en la decisión del voto. Grofman y Kline estiman que el impacto es, cuanto mucho, de un punto porcentual.
Investigaciones más recientes sobre el caso estadounidense demuestran que el criterio del balance con fines electorales se reemplazó por uno de habilidades para contribuir en el gobierno. Esto responde a la vicepresidencia de Walter Mondale (1977-1981), un punto de inflexión en el cual los vicepresidentes empiezan a adquirir más funciones sustantivas en las administraciones. Desde ahí, la vicepresidencia moderna trascendió el rol simbólico y limitado que tenía. Vicepresidentes como Al Gore, Cheney y mismo Joe Biden fungieron como consiglieri relevantes para los número uno en la Casa Blanca; la inerte vicepresidencia de Mike Pence es más bien una excepción.
En un artículo publicado en 2019, Michelle Taylor-Robinson y yo sostenemos un tercer factor en la decisión: la vicepresidencia como un espacio ampliado de inclusividad. Con datos de Costa Rica, mostramos que la vicepresidencia ha permitido incluir grupos que no siempre están presentes en las esferas institucionales del poder: mujeres (en parte por una cuota de género que se cumple para las papeletas presidenciales), afrodescendientes y personas vinculadas con organizaciones ambientales, de mujeres y de personas con discapacidades (aunque las tradicionales conexiones económicas y financieras no han desaparecido de la vicepresidencia costarricense).
La escogencia de Kamala Harris evidencia los tres criterios en acción. Es mujer, más joven que Biden (55 vs. 77 años) y afroamericana (balance estratégico de la papeleta). Tiene experiencia como senadora, fiscal general de California y precandidata demócrata (capacidad de aportar en el gobierno). Pero, sobre todo, en una elección donde los dos candidatos presidenciales son hombres blancos, en un ambiente de racismo estructural, con un nativismo pujante desde el Partido Republicano y de grupos de derecha extrema y en un contexto de protesta social alrededor de #BlackLivesMatter y el asesinato de George Floyd, la selección de Harris – hija de inmigrantes de India y Jamaica – es una señal de inclusividad ampliada desde el Partido Demócrata hacia grupos desfavorecidos por una administración Trump que ha demostrado que “the American People” de su discurso inaugural incluye solamente al segmento blanco, masculino y “nativo” del país.