La guitarra es un instrumento interesante. Como explica el maestro Andrés Segovia, es el único instrumento de cuerdas realmente polifónico. Es decir, permite hacer varias voces simultáneamente. En la guitarra se producen notas con distintos timbres y colores, dulces y metálicos. Puede generar sonidos similares a la mandolina y al redoblante. La “Gran Jota” de Tárrega es un buen ejemplo de su variedad sonora.
La guitarra tiene, sin embargo, una gran dificultad respecto a otros instrumentos polifónicos, como el piano, por ejemplo. Mientras en el piano cada mano puede construir independientemente una melodía o llevar una voz, en la guitarra ambas manos son -por lo general- conjuntamente necesarias. Es técnicamente imposible tocar un fa en el traste uno de la sexta cuerda al mismo tiempo que un fa en el traste trece de primera cuerda. En un piano bastarían dos dedos.
Curiosamente las dificultades técnicas de la guitarra no la hacen menos atractiva. Es fácil acompañar canciones populares con guitarra sin necesidad de estudiar notación musical. Pero esto se convirtió en un arma de doble filo para la guitarra, ya que tardó tiempo en ser considerada como instrumento de concierto y de música clásica.
En el siglo XIX italianos como Ferdinando Carulli, Mauro Giuliani, Matteo Carcassi y españoles como Dionisio Aguado, Fernando Sor y Francisco Tárrega escriben obras recitativas (muchas aún parte del canon guitarrístico) y también ejercicios para el estudio. Estos últimos contribuyen a refinar la técnica de la guitarra clásica. Incluso grandes maestros, como Pepe Romero, siguen practicando con estos estudios.
En el siglo XX ocurre algo importante para el instrumento: compositores no exclusivos de guitarra (algunos ni siquiera guitarristas) empiezan a componer para este instrumento. Manuel de Falla escribió el Homenaje para la Tumba de Debussy. Heitor Villa-Lobos, quizás el más importante compositor brasileño de todos los tiempos (quien, además, sí era guitarrista) compuso doce estudios, cinco preludios y la suite popular brasileña para guitarra. Joaquín Rodrigo, Manuel María Ponce, Malcolm Arnold, André Previn y el mismo Villa-Lobos escribieron conciertos para guitarra y orquesta (Rodrigo cinco, los otros uno). El más célebre de estos conciertos es el Concierto de Aranjuez de Rodrigo, en tres movimientos: Allego con spirito, Adagio y Allego gentile. Estas composiciones orquestales son importantes porque posicionan a la guitarra en el mismo estatus del piano o del violín: un instrumento de recital solo pero también uno perteneciente a los grandes salones de orquesta donde el virtuosismo de la persona guitarrista debe destacar.
Una figura clave que aumentó el repertorio de la guitarra es el paraguayo Agustín Barrios, conocido como Mangoré. Escribió muchas obras para guitarra sola (de las cuales varias se han perdido), aunque ninguna con orquesta. Mangoré supo explotar al máximo la expresividad de la guitarra en distintos estilos, desde lo barroco a lo romántico. Estuvo en Costa Rica y por ello escribió “Variaciones sobre el Punto Guanacasteco”. Sobre su paso por el suelo costarricense y su legado puede consultarse el libro de Randall Dormond, La guitarra en Costa Rica (1800-1940).
Adicionalmente, el repertorio guitarrístico se expandió con transcripciones de obras escritas para piano u otros instrumentos. Por ejemplo, varias composiciones para piano de Isaac Albéniz forman parte del repertorio estándar de la guitarra, pero también música de J.S. Bach (como las partitas para violín y laúd y las suites para cello) y de Antonio Vivaldi (conciertos para mandolina y laúd).
Creo que la guitarra, por su limitada sonoridad en comparación con otros instrumentos, pero también por su enorme popularidad, será siempre un instrumento retador, diferente y especial.